domingo, 3 de septiembre de 2006

B) La excesiva urbanización del litoral compromete su futuro


"Ni os imagináis cómo está la costa de Murcia. A su lado, la de Cádiz es una gran playa salpicada de algunos núcleos urbanizados, eso sí, unos más ordenados que otros, con usos hoteleros o residenciales, con servicios o sin ellos. Pero creo que ya está bien, que hay que pararse aquí porque si no podemos lamentarlo cuando ya no tenga remedio".
El comentario se lo hace a los periodistas el presidente del Aeroclub de Jerez, a los mandos de una avioneta Cessna 172 que sobrevuela expresamente para Diario de Cádiz el litoral gaditano a unos mil pies de altura (más de trescientos metros). Antes que piloto, Juan Luis Belizón fue concejal de Urbanismo de Chiclana. De uno de los doce municipios litorales que sobrevolará durante esta mañana de agosto el aeroplano. El comentario, además, viene a coincidir, en esencia, con el análisis reposado y global que del estado de la franja litoral hace en tierra Juan Manuel Barragán, catedrático de Geografía de la Universidad de Cádiz. Actualmente trabaja con su equipo en un proyecto encargado por la Consejería de Medio Ambiente de la Junta que pretende establecer los criterios para una estrategia andaluza de gestión integrada de áreas litorales. También está presente en tres de los dieciocho proyectos que sobre esta novísima disciplina hay hoy en marcha en el mundo.

"En la costa de Cádiz hay todavía lugares paradisíacos a los que suceden otros que son auténticos horrores, intercalados por terceros que, pese al crecimiento desordenado que han sufrido, siguen conservando valores naturales imprescindibles para su futuro económico. La urbanización excesiva y el crecimiento desordenado son unos de los principales enemigos del despegue socioeconómico de las poblaciones costeras. Cádiz y Huelva se mantienen todavía en unas condiciones relativamente aceptables, si se las compara con unas Málaga y Almería muy castigadas en todos los sentidos". Además de con el piloto, el geógrafo coincide en el fondo con el panorama que de la provincia pinta el informe Destrucción a toda costa 2006 de Greenpeace

Desde la atalaya con alas desde la que se planea desde Sanlúcar a Tarifa es fácil identificar esas tres categorías de tramos litorales en función de su estado de salud a los que se refiere Barragán. Y no cuesta trabajo imaginar a un promotor secándose la baba ante tanto kilómetro de costa vacío de hormigón. "Cádiz está en pleno proceso de subasta de sus últimos tramos de costa virgen", dice en su informe Greenpeace.

Por ejemplo: a la desierta playa de Castilnovo, en Conil, en venta al Ministerio de Medio Ambiente para garantizar su protección, le sucede el caserío sin orden ni concierto de El Palmar, en Vejer. A vista de pájaro, el panorama empeora cuando se divisan Los Caños. Entre cientos de segundas residencias sin papeles ha brotado un nuevo bloque de apartamentos con aspecto de camposanto que se abastecerá de agua de pozo y que verterá sus miserias en alguna poza comunal. O directamente al mar. Como la vecina Zahora.

Entre Barbate y Zahara de los Atunes, la Sierra de El Retín, el levante y la servidumbre militar –que para eso sirve aquí– protegen kilómetros de arenas intactas salvo para las botas de los soldados y los proyectiles de los ejercicios de tiro. Pasada la pedanía barbateña, Atlanterra es la barriada del extrarradio más alejada del centro urbano tarifeño. Parece una colonia levantada en prevención de una más que improbable ofensiva expansionista de su municipio vecino. A su vera, en la Playa de Los Alemanes, algún promotor ha apurado el último centímetro hasta el hito de Costas, para construir un chalé casi anfibio.

Desde Conil en dirección al Guadalquivir se aprecia con nitidez cómo las últimas promociones de unifamiliares de Roche se asoman, cuando no se despeñan literalmente por los acantilados. Como si sus propietarios estuviesen huyendo todavía de los incendios del pasado mes de julio. Un poco antes, la U del nuevo hotel de la Once rompe la constante de casita en parcelita con dos o tres árboles de la antigua urbanización.

En la Loma de El Puerco, el ladrillo y el hormigón se toman una pequeña tregua que vence ya en el término municipal de Chiclana, el territorio del macrohotel, el chalé y el chiringuito a pie de playa por excelencia, con el desubicado verde escocés del campo de golf de Novo Sancti Petri a la retaguardia. Sólo en La Barrosa y cerca del viejo poblado almadrabero, vuelven a bajar las alturas de los edificios para, una vez cruzado el Caño, dar paso de nuevo a las arenas desiertas y vírgenes escoltadas por marismas de la Punta del Boquerón, en San Fernando. La Isla tiene su cruz en el interior de la Bahía, donde las tres torres de Sandokán –el de la operación malaya, no el de Salgari– siguen creciendo pese a la orden de paralización de la Junta como un pequeño homenaje kitch a Benidorm. Enfrente, en Puerto Real, por delante del hospital, crece una macrobarriada en la que ya se está vendiendo una playa artificial que prolongaría una Cachucha de presuntos lodos balnearios. Y en Cádiz, la idea de una pequeña Venecia estudiantil en Cortadura recuerda aquel disparatado proyecto de cementerio-palafito en el mismo sitio.

En la otra orilla de Bahía de Cádiz, Valdelagrana se erige como un reflejo de la gaditana barriada de La Paz sobre una franja de arena que en algún momento debió parecerse a la de Castilnovo. Y al otro lado del casco urbano de El Puerto, las urbanizaciones son un continuum hasta el puerto de la Base de Rota, cuya imponente servidumbre lleva décadas empujando los suelos urbanos y urbanizables portuenses hacia el mar.

A caballo de Rota y Chipiona se extiende, como una ciudad en miniatura, una Costa Ballena que se adivina muy crecida en los próximos años. Muy cerca, un mar de plástico se derrama a pie de costa hasta un Guadalquivir a cuya orilla se proyectan más campos de golf.

Fuente: diariodecadiz.com (03/08/06)

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